lunes, 14 de enero de 2013

Perdón en una tarde de verano.


Tumbados ambos en cama. Llevamos un par de días de este verano fantástico un poco tocados. Me acuerdo que el sol golpeaba con bastante fuerza mi escritorio, mientras, nosotros, mirándonos, con la cara aplastada en la almohada. 
Ninguno de los dos se atrevía a hablar mucho, y es que yo quería meter voluntariamente la cabeza en la guillotina, quería pagar para jugar en regional en vez de nacional y por supuesto, ni siquiera yo mismo lo concebía como un acto de adaptación al medio, sino todo lo contrario. 

Simplemente estaba perdido y le veía y sentía una presión en el pecho horrible, como si delante de mi tuviese  al ser mas horripilante, funde vidas, revienta morales. Como si delante de mi tuviese a un verdadero monstruo. 
Un monstruo que me miraba con sus ojos profundos, intentando escrutar algo en los míos. Esos ojos verdes de monstruo que me capturaron un día y que nunca  podré dejar de ver. 

En una situación como aquella en la que tenía dos caminos abiertos que siempre me recordarán a la división de caminos de la película de La Bella y la Bestia en la que mis sentimientos eran Maurice y mi razón Phillipe. 

El silencio se hizo reina de la habitación y yo, simplemente, no era capaz de articular palabra. Él me abrazó. 

-Perdón por habértelo echo- musitó entre dientes y luego, teniendo mi cabeza entre sus brazos, rompió a llorar en silencio. 

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