lunes, 9 de diciembre de 2013

Sonrisa muerta


Estoy cansado de todo. Incluso de existir. He buscado muchas veces mi sonrisa entre las nubes pero soy incapaz de encontrarla en medio de esta tormenta depresiva. Estoy cansado de intentar llevar el timón de un barco llamado vida yo sólo y ver cómo poco a poco y sin saber bien por qué, mis marineros se tiran por la borda o, lo que es peor, se dedican a agujerear más y más el casco.
Estoy hundido, cansado. Quiero poner fin a mi vida de una vez por todas. Creía que podría encontrarle un atisbo de lógica, un mínimo de esperanza y ver tierra. Sin embargo, no he encontrado nada más que afilados arrecifes y bravas mareas.
He perdido mi porte. Camino doblado, agachado, tuerto de alma y espalda, con la mirada perdida y la boca seca. Con la sonrisa muerta en una esquina, agonizante. Hasta no hace mucho creí que podría sacarla del pozo en el que se había caído. Ahora me doy cuenta que la cuerda con la que lo intentaba era demasiado corta, débil.
Sin embargo, debo seguir mi camino. No podré fin a mi vida. Cometeré un acto más horrible si cabe: vivirla sin pasión, alegría o gozo. Simplemente viviré observando cómo en mi cara se dibujan arrugas y en mi corazón estrías de un infarto. Levantaré muros a mi alrededor, teñiré de negro mi interior y jamás volveré a sonreír con el alma en los labios. Se acabó. Esta libélula ha perdido su camino y ya no avanza ni retrocede. Simplemente ha hecho un parón eterno en su camino.

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