lunes, 24 de octubre de 2016

Para tu tumba: cavaré poco.




El sonido de sus pies, barriendo el polvoriento suelo de una iglesia improvisada.
No más que una pequeña choza . Madera roída, mohosa y ajada.
Rodeada de camposanto, fruto de su pala.
El invierno cubría lo que hacía siglos había sido su ciudad.
Una ciudad muerta y desprovista de humanidad.
Solamente estaban él y su pútrida actividad.
Se dirigió a su choza santa y se sentó en una silla, tan podrida como sus huesos
De su sangre ya no quedaba. Solamente mal olor, muerte y abscesos.
Sacó lentamente de su chaleco, un fajo de papeles paradójicamente ilesos.

Una maldición sobre la tierra. Esto nunca termina. Debo cavar.

Escribió con calma el muerto en vida, que poseía vida en muerte.
Por algún motivo él mantenía su cordura, por algún tipo de suerte
O infortunio. No era más que pensamiento en un cuerpo inerte.

Uso mi pala para matarlos. Tantas almas por liberar.
Antes la muerte tenía sentido. Siento frío. Mil años llevo, sin exagerar.
Enterrando a los muertos malditos a los que liberar.

Un sonido brusco hizo alzar el vuelo a los pocos pájaros del exterior
Y un enorme muerto de golpe en su puerta apareció.
Parecía enfadado. Detener a aquel medio muerto era su misión.
Escuchó entonces la voz del muerto desde el interior, sentado.
El de fuera, petó con fuerza y entonces habló: Por qué persistes. Tono gastado.
Únete a nosotros. Nunca volverás a tu antiguo estado.

Soy la grieta entre la vida y la muerte, la fina división entre aliento y ataúd.
Prepara tu epitafio. Mi pala caerá sobre ti como la nieve en un alud.
Me aferro a la vida por el hilo más fino. Mis actos, son virtud.
Se levantó. No habrá oración para ti
Seré yo quien te entierre. Viejo, cansado y semimuerto: pero voy a por ti
Salió fuera y ambos se vieron.  Escoge de todos, el mejor agujero aquí.

Despertad, tenéis una nueva tarea. Agradecidos por darles tierra, sus aliados se alzaron.
Mi maldición es nuestra última esperanza y,
para tu tumba: cavaré poco.

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