lunes, 30 de enero de 2012

S. II

S. Salió a dar un paseo aquella tarde. Hacía fío y tenía las manos un poco amoratadas. Cargaba una enorme mochila llena de libros que nunca leería. No le gustaba el colegio.

Los demás chicos del colegio se reunían siempre al salir de clase en un parque cercano para jugar y divertirse mientras sus madres hacían la comida.

S.no podía permitirse ese lujo. En primer lugar, S. vivía bastante lejos de su casa y no podía pararse a jugar con los otros niños, S. a diferencia de sus compañeros de clase, iba a otra clase de parques, mucho más deprimentes y llenos de gente extraña: traficantes, fumados y gente con trastornos debidos al consumo de estupefacientes.

Cada vez que S. llegaba a ese tipo de parques, todos se le quedaban mirando, y no era de extrañar: un jovencito de rubios cabellos, tierno, dulce y con cara de niño bueno en medio de barbudos, tatuados, gente vestida de negro, ambiente deprimente y olor a droga en cada partícula de aire... no era un lugar muy recomendable.

Pero a S. No le importaba en absoluto. Había unos chicos mayores que él, de entre veinticinco a treinta años, que la droga y la mala vida habían llevado casi a la ruina pero que trataban bastante bien al muchachito.
S. se sentaba a su lado, oyendo ensimismado sus batallitas, cómo habían escapado de la autoridad, de la carcel... o como le habían partido las piernas a uno que no pagaba las mercancías.

Los hombres de mala vida aceptaban la compañía del jovencito, pero tampoco es que le hicieran mucho caso, simplemente, estaba ahí. Pero para S., eso era suficiente. El mero hecho de estar arropado por un grupo de personas, era suficiente para él.


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