miércoles, 11 de enero de 2012

Sangre del descanso eterno.

Es un joven príncipe , de esos a los que se les cae aún la corona de la cabeza porque no tiene los sesos suficientes para llenarla.
El futuro monarca, de no más de 18 años de edad, es bastante irresponsable para el estatus que debe mantener, pero a cambio, es una persona buena, cariñosa y, sobre todo: preocupado por los demás.

El principito tiene un lacayo. Es un hombre major que él, pero que no llega a los 40. Es el encargado de cuidarle, lavarle, vestirle, enseñarle, entretenerle, divertirle y desahogarle.

En un pasado, el lacayo odiaba profundamente sus tonterías de niño rico y malcriadao, pero ha hecho un buen trabajo y ahora, gracias a sus lecciones y a su experiencia, el joven príncipe es mucho menos insoportable.

Pero al príncipe le preocupa algo. no puede dejar de preguntarse cosas: ¿Porqué el goza de su condición mientras que otros deben vivir como lacayos?. Su lacayo en bueno con el , desde pequeño ha estado conmigo, pasando noches en vela si hace falta cunado yo enfermo y agradándome siempre hasta puntos insospechados...
Y yo: ¿Que puedo hacer por él? Mi lacayo me dá mucho y yo no le doy nada.

El príncipe se maldice una y otra vez  hasta que un día reune a su lacayo en su habitación, cerrando con llave la puerta.

-Siéntate, lacayo.-le ordena el joven príncipe.

El lacayo se sienta en la cama.

-¿Que ordena mi señor?- pregunta como de costumbre con su grave voz.

-Quiero hacerte una pregunta- preguntó el jovencito viendose al espejo mientras se colocaba un par de mechones.

-Pregunta que obtendrá respuesta si esta yace en mi conocimiento, señor- responde el lacayo.

-Muy bien. Dime lacayo. ¿Qué te puedo ofrecer yo para agradecerte tantos años de fiel servicio? Por favor, sé sincero.

El lacayo abre mucho los ojos ante la pregunta y tarda unos segundos en responder, buscando en su cerebro la mejor y única respuesta.

-No quiero que me ofrezca nada. No tiene porqué hacerlo. Es mi trabajo y yo lo cumplo.- Hace una pausa- lo único que me podría ofrecer es mi libertad.- dice sin alterar su tono.
-¿Tu libertad? Pero lacayo, tu condición está ligada a mi persona, por lo que la única forma de liberarte es que yo... me muera.

-Exacto, mi señor, por eso no puede ofrecerme nada.

-Si que puedo- le reprocha el joven prícipe, dejando ver su cara mas infantiloide.- Toma- dice dándole una bolsa con infinitas monedas de oro y una daga y se sentó a su lado.- No es justo que tú me hayas ofrecido tanto de tu ser y yo no pueda hacer lo mismo. Has sido un buen lacayo, pero tu me das mucho y yo no puedo vivir en paz con este remordimiento de no poder ofrecerte nada a cambio.-Ahora- dijo viéndole a sus negros ojos- quiero que me mates y huyas con el dinero.

-Señor, está delirando- le discute el lacayo- será mejor que se acueste. Parece haberle sentado mal la cena.

El príncipe le dá una contundente bofetada.

-No discutas mis órdenes, lacayo.

-Señor... no.

-Hágalo.

-No puedo.
-Muy bien.

Entonces coge las manos del lacayo con la daga en ellas y se apuñala así mismo con fuerza en el abdomen, manchando las manos del lacayo, la colcha y la almohada con su sangre caliente, dejando en sus monárquicos labios, ahora yermos, una profunda sonrisa con la que abandona el mundo de los vivos.

2 comentarios:

  1. Hummm huuummmm huuummm >.<

    Me gusta, pero algo no me encaja en este asunto ò.o sé que si algo hubiese encajado mejor la hubiese disfrutado más ò.o pero como no sé de qué se trata, me gustará de todas formas

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  2. desahóguese usted. ¿que no te encaja?

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