martes, 3 de enero de 2012

Soledad en Compañía.

Ambos abrieron mucho los ojos al verse al espejo. Era horrible. Dorze se acercó hasta casi pegarse a la plata pulida para ver las seis marcas de colmillos emparejadas de dos en dos que adornaban su cuello.


 -¡Mira esto, Caéren! mira que nos han hecho los mostruos de la noche.

Caéren se acercó tembloroso al espejo y vió qué tenía el en su cuello más detenidamente.

Se mordió el labio inferior y dejó escapar un lagrimita. El no tenía varios agujeros en la ahorta, como Dorze, sino que su herida era de unos colmillos más experimentados, puesto que las dos marcas eran más profundas y unas marcas de uñas adornaban también su cuello, haciendo que la parte derecha de este, estuviese casi necrósica.

Los dos amigos se autoevaluaron las heridas.

-Parece que a mi me ha atacado uno menos experimentado, ¿ves?- dijo Dorze- son mordiscos inexpertos y poco profundos... el caso es que son muchos. Sin embargo, a tí, Caéren, parece que el que te hizo eso sabía lo que hacía.

Caéren le miró a los ojos con miedo.- ¿que nos va a pasar ahora, Dorze? tengo miedo.

Dorze y Caéren se volvieron a ver al espejo y se dieron la mano. Algo extraño estaba ocurriendo.- No lo se, Caéren... no lo...- antes de que pudiera acabar la frase, ambos jóvenes pudieron ver como su reflejo se iba desvaneciendo lentamente, desde sus piés, subiendo por sus caderas. Cuando ya casi habían desaparecido por completo, Caéren habló- Ya somos de los suyos- dijo tornando la cara hacia Dorze y notando como los caninos le crecían.

-Dorze... mírame.- dijo cogiendo la cara de su amigo.- No te separes nunca de mi- entonces ambos sonrieron y se transformaron en alados seres para desaparecer en la noche, que los había convertido en los monstruos ávidos de aquello que los había transformado en lo que ahora eran.


Ahora seguirían la senda que la noche, macabra, felina y juguetona les había marcado. Ahora ya no había marcha atrás. 

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