martes, 3 de enero de 2012

Vejez

Su vieja lengua baila libre en una cavidad bucal sin apenas dientes. Sus labios ya no mantenían su posición normal, sino que estaban metidos hacia dentro por carencia de piezas bucales, además, las pronunciadas arrugas que bañaban el contorno de su boca, lo hacían parecer aún mas viejo.
De sus fosas nasales salían un par de pelos descuidados, y su cara estaba bañada por una fina barba blanca de no más de tres días, que le daban un aspecto aún más desaliñado. De sus orejas también brotaban unos pocos pelos grises.
Estaba calvo por la mitad superior del cráneo, pero de la mitad inferior de la cabeza, brotaba un pelo gris, sin color, apagado y muerto hasta los hombros.
Sus manos se agarraban fuertemente a la silla de frío hierro en la que su delgado y maltrecho cuerpo descansaba. Eran unas manos feas, arrugadas y con las venas muy marcadas en su moteada piel, llena de pequeños lunares. Dedos torcidos y doloridos por el reuma. Las uñas estaban mal cortadas y algunas estaban sucias.
Sus atrofiadas piernas hacían mucho que ya no le respondían... medio siglo ya... sin poder mover ni un ápice de cintura para abajo.
Aunque la fría silla tenía ruedas, el hombre no era capaz de moverlas, puesto que estaban viejas y oxidadas.
Pero aún no hemos hablado de sus ojos...
Ojos azules, tirando a grisáceos... eran los ojos más bonitos que yo nunca había visto. El derecho estaba ciego... un anzuelo lo había dejado inútil hacía más de setenta años. Se podía apreciar perfectamente el corte en el ojo propinado por tal puntiagudo artefacto de pesca, y el otro, estaba vidrioso, como si tuviese una fina catarata en el cristalino... aún así eran preciosos.
Estaban viendo a un punto fijo, casi sin pestañear... su casa estaba ruinosa y solo se escuchaba el paseo y los murmullos de los gatos lo rodeaban.
El viejo no comía desde hacía tres días... no porque él no quisiera... sino porque su mujer se había caído fatalmente, muriendo delante de el... estaba su mujer, delante suya... muerta... rodeada de gatos... y el no podía hacer nada... no tenía ni fuerzas para tirarse de la silla abajo... sabía que su fin estaba cerca... por lo que simplemente esperó al cuarto día, cuando los vidriosos ojos del anciano se cruzaron por última vez con los de su esposa, llevándolos a ambos, al camino de la vida eterna, atados y juntos para toda la eternidad, por aquella última mirada que jamás los separaría, aún cargada de amor, después de más de ochenta años juntos.

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